Del latín en soledad

De como idiomas, voces, letras y análisis indescifrables se aglutinaban en las mentes. Tareas incompletas, Claras y deseosas ganas de subir un escalón, de pasar de nivel. Ese nivel, ese escalón que también se debía subir con la siempre Dama Blanca que parecía estar dispuesta y que aceptaba la invitación de la marca, de un futuro prometedor. Pero ¿Qué era el futuro? ¿Qué era el tiempo en mi estado actual? El tiempo no dejaba de ser una materia más, voluble y maleable, de este universo que me (que nos) rodeaba. Pese a esta voluble condición mi mente (mis mentes) continuaba (continuábamos) pensando casi siempre de la misma manera lineal que nos enseñaron nuestros ancestros (porque tuvimos ancestros ¿verdad?). Las personalidades y mentes diferentes se iban fusionando y tendiendo a crear un patrón de pensamiento unido y coherente, como si los pequeños cuerpos y mentes conectados (conectadas) a mi Todo Yo, sintieran que formaban parte de un ser vivo mayor que pese a que los hubiera asimilado, Este era Suyo, Este eran Ellos, Este era Yo, Estos éramos Nosotros. La individualidad iba abriendo paso a una unidad en la que se aceptaban los diferentes ideales, credos y pensamientos. El latín, por no sé que extraña razón, pareciendo ser un idioma difícil, deseaba, pese a esta supuesta dificultad, agregarse como herramienta de análisis, conocimiento sintáctico y habla interior del Todo Yo. Sentía un claro reclamo de la antigüedad idealizada, del estudio olvidado, del sacramental séptimo orden lineal. Porque la línea era el camino. Esa línea que nos llevaba al postre Terrano de la asimilación final. Y mientras llegaba ese final, sin prisa ninguna, íbamos absorbiendo y asimilando todo nuestro entorno circundante. Fusionándonos con el Todo y conociéndonos íntimamente cada vez más.