Ellos

Se le cerraban los ojos. Estaba orgulloso de su progenie. La mierda alertaba de su salida. Él estaba preparado. Esta no lo salpicaría ni a él ni a su descendencia. Antes si lo había hecho. Antes si habían sido embadurnados. Pero antes si fue necesario: para aprender. Ahora estaban muy cerca del nivel de maestros así que el Imperio repartiría esta masa detestable, que forma parte de todos nosotros siempre, entre otros menos afortunados que, si la aceptaban, quizá aprenderían. Si no asumían este transito temporal acabarían envueltos en ella el resto de sus días. La mierda tiene que alimentarse pero respeta a los que han aprendido con ella y no los suele molestar si no hay una razón de importancia considerable. El Imperio era relativamente justo si se miraba en perspectiva. Repartía mierda, dolor, aprendizaje y amor en cantidades bastante equitativas. Su reparto no era apenas cuestionado. Quizá sí el porque debían de ser ellos los gestores. Pero la duda ante quien podía repartir mejor sobrevolaba a los que se quejaban y arreglaban los problemas del mundo y la sociedad en bares y tertulias de euforias varias. Al final, a falta de soluciones mejores, se aceptaba lo menos malo. No eramos el mejor producto evolutivo pero si el menos malo. Arcaicas combinaciones azarosas de una biología en crecimiento nos envolvió con un lazo azul para regalar a esa diosa de pequeñas manos. Se nos considero el producto menos malo de todas las combinaciones posibles. La diosa de manos pequeñas pero siempre dispuestas, se empeñó en que podíamos ser mejores. Así que nos excreto a esta bola de barro que asumimos como nuestro hogar y donde debíamos aprender a superarnos. Aprendimos (dependiendo del punto de vista) y dejamos nuestra bola de barro surcando el infinito sideral en busca de vida y recursos. Miles de generaciones viajando con la única compañía de innumerables reacciones que creaban estrellas, planetas, satélites, pulsares, quasares, agujeros negros... Pero nada de vida. Creíamos estar solos en el universo hasta que descubrimos nuestra antítesis en Luna 19 y, supimos que no estábamos solos. Y aquí no se detuvieron los descubrimientos. Parecía que tras este primer contacto se desencadenaron puertas a otros sucesos enlazados que hicieron que todo fuera a más. Desperté o dormí, aun no sabía en que estado me encontraba. Sólo sabía que había una sensación de rapidez y lentitud, de luz y oscuridad, de bucear en el cosmos y respirar otra esencia existencial que ni era la humanidad, ni eran los virus de Luna 19. Eran unos ojos que me miraron desde la inmensidad del espacio. Ojos a los que yo devolví la mirada y con esta, surgió una comunicación incomprensible que mezclaba en un todo:  imágenes, sonidos, olores y sensaciones indescriptibles. Allí, a millones de años luz de nuestra bola de barro ancestral, supe que había otros estratos habitados diferentes a los perceptibles por nuestros sentidos y entendimientos. Allí supe que ELLOS existían.