Gilipollas de las risas

Gilipollas de las risas, del chiste fácil sexual, de caída al tropezar, de tarta en la cara, de palabras vulgares, cuanto más vulgares, mas graciosas, de parecer mejores por simpatías seniles y populares. Graciosos por ser payasos mejores que los serios “faltos de humor y simpatía”. Vendedores de humo dentro del rompecabezas de tétricas tristezas. Verdaderos hombres son los que en la conducta sin falacia pueden recibir y transmitir emociones todas sin caer en la estupidez ni en la perdida del honor, manteniendo así, la personalidad altiva pese a la soledad de no comulgar con la incongruencia del animal social por obligación, o sin obligación. Saliendo de su circuito, te vas al pasillo de las oscuridades abandonadas. Comunicaciones ficticias llenas de gorgoteo. Comunicaciones escasas, únicas, reales, basadas en el silencio, la mirada y el tacto. El hablar sin hablar, idioma universal, no es estudiado ni expresado por apenas nadie. Pantallas que promulgan. Circuitos que calientan cuerpos ya calientes que no consiguen satisfacerse salvo por el agitado placer del onanismo autocomplaciente. Mierda que resbala por los azulejos despegados por la ausencia de vida y calor de una casa abandonada pese a convivir entre pasillos, fuera de las habitaciones vacías. Velas que iluminan la ausencia de luz moderna. Cera líquida que quema tus manos con un pequeño placer que eriza tu piel y hace circular la sangre hacia el engrandecimiento de músculos flácidos. Miedo a lo de afuera. Lo de dentro ya lo conoces. Seguro entre neveras vacías, luces intermitentes y una familia esquizofrénica y fragmentada. Vives su locura que es la tuya. Prefieres esa, ya conocida, a los graciosos del exterior. A los que no les importa nada pero te preguntan como si valieras algo para ellos. Conciencias carcomidas que creen poder curar sus pedazos encangrenados con breves biopsias de atenciones hacia ti.