Desgana

La desgana avanzaba. El interés económico por solo escribir avanzaba, también. El lector pagador, editor o mecenas no aparecía. La música temporal atrapaba. Las guerras estelares eran curiosas en relación a las guerras mentales pensadas que no terminaban de acontecer. Al final, tú y tú y solo tú no estuvo tan mal aunque se había perdido esa aureola de complicidad. Todo es idealización. Crees que las personas actuarán de otras maneras. Crees que pueden dar más de si. Crees que son mejores. Pero no. Las personas son planetas que giran en su propia órbita. A veces pueden arrastrarte como satélite. A veces te estrellas contra ellas como un meteorito y puedes destruirlas si eres más grande o ser arrasado por su atmósfera si eres más pequeño. El suelo seguía siendo el lugar de juegos ideal. El dolor aparecía cuasi diariamente, de una manera u otra, en un cuerpo cada vez más desgastado. Este hecho era comparado con el recuerdo de cuerpos nuevos que jugaban todo el día en suelos duros y calientes sin mostrar dolor alguno, sin necesidad de exponer, reseñar o manifestar nada. Ese era el verdadero tiempo vivido. El tiempo que no se sabia, el que no hacía falta justificar ni conocer, el que se pasaba sin miedo a perderlo o a desaprovecharlo. La tarde era perfecta de por si. Un compendio de uno mismo, de relaciones humanas, de plantas regadas, de cielos estrellados bajo los que dormir en completa paz. Sus pequeñas manos se ofrecían para cualquier acción. Conciliando mente y cuerpo. Los cuentos desarrollaban historias creativas propias. La cinta adhesiva tapaba agujeros necesarios. La dispersión se intensificaba. El miedo al dragón seguía haciendo que doliera la cabeza. No deseaba volver a las ventosa y cables. Eso era inviable. Lo suyo no tenía solución, sabía que debía vivir con su tara y sus bocadillos de pastillas ya que intentar arreglarlo sería desmontarlo por completo, eliminar todo lo que venia de fabrica y manufacturar una nueva entidad que ya no sería él.